sábado, 15 de febrero de 2014

En tierra extraña

Durante este año me ha obsesionado una reflexión; la de hacer algo distinto, algo que trascienda o, al menos, algo diferente. Llevar una suerte de vida heroica o aventurera que suponga romper con lo tradicional, lo establecido o, simplemente, lo más común. Soy consciente de que el hecho de vivir en Camboya no constituye per se un acto heroico y de que probablemente lo más trascendente, profundo o como se le quiera llamar, sólo sea la búsqueda en sí misma.

En todo caso, tras leer uno de mis regalos de Reyes, cualquier búsqueda parece quedar reducida a su más mínima expresión. El libro se titula "En tierra extraña" y sus autores son Carlos Canales y Miguel del Rey. El regalo se lo debo a Nando y Susana, mis primos, y la recomendación de la lectura viene acompañada del descubrimiento del podcast "La escóbula de la brújula", donde me he reencontrado con los "clásicos" de "La rosa de los vientos".

Portada del libro

El libro presenta aquellas expediciones militares españolas que nadie conoce, las grandes olvidadas, las que no se cuentan en los colegios. Relata las vidas de aquellos compatriotas, éstos sí verdaderos héroes, que desde el siglo XVI en adelante recorrieron países europeos, asiáticos y africanos con el fin de conquistar territorios o ganarse el respeto de otras naciones.

Como no podía ser de otra manera, comencé el libro por la mitad, en la parte de Asia. No tardé mucho en descubrir el apartado en que se hablaba de Camboya. "La asombrosa aventura asiática de un clérigo corsario", se llamaba. El título era sugerente. Y la historia no defraudaba. El clérigo, conquistador, corsario, comerciante, historiador o escritor, como se lo quiera llamar, era Pedro Ordóñez de Ceballos (o Cevallos, según la fuente). Cuando se dice de él que "fue la primera persona en dar la vuelta al mundo desde América", cualquier ensoñación de estar viviendo una aventura se queda reducida a cenizas.

Es cierto que la manera que tuvo de comenzar su particular aventura no fue precisamente heroica. Fue más bien canalla. A los dieciséis años y tras un escarceo amoroso con una mujer casada, tuvo que poner pies en polvorosa o, mejor dicho, "en galera". Como alférez real, participó en misiones a veces comerciales, a veces guerreras, por el Mediterráneo, Norte de Europa, Portugal, África y América. Allí, decidió establecerse en Quito, en la Nueva España, cerca del año 1590.

Fruto de sus contactos, en Quito se le encomendó transportar a España 35.000 ducados, la herencia de un obispo, un verdadero tesoro. Fue en esa misión donde conoció Asia, ya que decidió utilizar la ruta oriental para llegar a la Península. Tras pasar por Guayaquil, extrañamente se dirigió a Acapulco, México, desde donde se embarcó hacia Macao, entonces colonia portuguesa. Aprovechando el viaje para comerciar, recorrió la costa de China, desembarcando en Cantón. También pasó por Nagasaki (Japón) y, finalmente llegó a la Conchinchina.

Por aquel entonces, la Conchinchina estaba en guerra con China, quedando implicados en el conflicto los territorios de Camboya y Pegú (aliados de los chinos). Ceballos tomó partida por los conchinchinos en la batalla naval de Cabo Pracel, una de las más importantes del siglo XVI en aguas asiáticas. Con su galeote, el San Pedro, colaboró decisivamente a la victoria de su bando. Tras la batalla, Ceballos siguió su viaje hasta volver a América, completando la vuelta al mundo cuatro años después de su partida.

Tras años de viajes, se dice que navegó más de treinta mil leguas (equivalentes a cuatro vueltas al mundo), regresó a España, a su Jaén natal. Allí, se dedicó a escribir y a recibir numerosos homenajes. También fue fruto de críticas y envidias, como no podía ser de otra manera en un español que hace algo fuera de lo normal. Nombrado canónigo en la Iglesia de Astorga y provisor, juez y vicario general en los reinos de Conchinchina, Champáa, Cicir y Laos, no pudo ejercer dichos cargos. Su precaria salud le impidió volver a viajar, muriendo entre los años 1634 ó 1635, con más de ochenta años.

Tras leer el libro, donde se cuentan estas y otras tantas historias similares, lejos de continuar creyendo que mis aventuras son menores, no dejo de pensar que si hombres como Ceballos eran capaces de hacer tantas cosas en una época en la que no había trenes ni aviones, ni que decir tiene que tampoco radios, televisiones ni Internet, nosotros, hoy, podemos hacer muchas más.

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