domingo, 8 de diciembre de 2013

Boda de Vichhika y Mengsry. La fiesta con los niños

Tras dos días de boda, aún quedaba la mejor fiesta de todas. Era la que habíamos estado esperando desde el primer día: la fiesta con los niños. Al fin y al cabo, Vichhika y Mengsry son la madre y el padre para los casi quinientos niños que viven en PSE. Ellos fueron quienes más se alegraron cuando anunciaron su compromiso. Muchos de ellos ni siquiera sabían que salían juntos. Así son los noviazgos en Camboya.

Cuando la boda comenzó a planificarse sólo había una cosa clara: que los niños deberían participar. Vichhika y Mengsry querían hacerlos partícipes del momento y la mejor manera para hacerlo parecía organizar una fiesta en PSE. La idea era ofrecerles un menú especial más allá del sempiterno arroz, que pudiesen beber Coca-Cola y tomar un postre especial. Para ellos suponía un esfuerzo extra, ya que los gastos de esta comida correrían de su cargo. En todo caso, la idea se llevó a la práctica el domingo.

Aunque estaba previsto que la cena comenzase a partir de las cinco de la tarde, yo llegué a PSE alrededor de las tres. Me había comprometido a hacer una visita guiada a unos padrinos franceses. Al llegar antes de tiempo, pude disfrutar viendo la ilusión con la que los niños hinchaban globos para decorar el mismo espacio que el día antes había sido escenario del banquete. Los mayores coordinaban a los pequeños. Algunos no podían evitar jugar con los globos. Las chicas se maquillaban de blanco nuclear y se vestían con sus mejores galas, probablemente algunos vestidos donados. Para muchos de ellos sería, sin duda, la ocasión más feliz hasta el momento.

La tarde pasó rápido y la fiesta comenzó al caer la noche. La misma imagen de los novios con la que se recibió a los invitados el día anterior presidía el salón donde se celebraba "el banquete". Vichhika se había vuelto a vestir de novia por enésima vez. Las niñas querían hacerse una y mil fotos con ellas. Tantas, que tardamos mucho en empezar a cenar. El menú era un curry de pollo, Coca-Cola y postre. Los mayores llenaban los cuencos de curry y los llevaban a las mesas donde los niños, impacientes, sentían ansia por comer el plato especial. Tenían, a la vez, ganas de repetir y de acabar para que empezara el baile.

Después de una ronda de música a todo volumen, los niños, impulsados por las cuidadoras que trabajan con Vichhika y Mengsry, los rodearon para, en una canción lenta, verlos bailar. Tras unos momentos de silencio, breves, comenzaron a pedirles que se dieran un beso. Tras mucha insistencia sólo consiguieron que Vichhika cogiera el micrófono. Lo hizo para agradecerles que estuvieran con ellos y para explicarles cómo se habían conocido, cómo habían aprendido a respetarse y cómo habían esperado a casarse hasta que se lo habían podido permitir. Pretendía servirles de ejemplo. Y lo hizo. Los niños y los no tan niños, incluso los que no la entendíamos, la escuchábamos emocionados. Fue el mejor final que pudo tener la boda que se organizó en menos de un mes y que duró tres largos días; la boda de mis amigos Vichhika y Mengsry.

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