miércoles, 4 de diciembre de 2013

Boda de Vichhika y Mengsry. La víspera de la boda: las bendiciones de los monjes

Sin saber exactamente dónde íbamos y, desde luego, sin idea alguna de lo que teníamos que hacer, el viernes a las dos de la tarde, bajo un sol de justicia, nos embarcamos en una furgoneta llena de desconocidos hacia la vecina Ta Khmao. Allí, en una ciudad limítrofe con Phnom Penh, vivía Vichhika y allí, en su casa, se celebrarían la mayor parte de los ritos de su enlace con Mengsry.

"Pantalones oscuros, camisa blanca, unos zapatos y calcetines negros". Éstas eran las únicas indicaciones que, como padrinos por parte del novio, teníamos Pablo y yo. Desde primera hora de la mañana llevábamos un petate con todo y en el trayecto en furgoneta (más de media hora para cubrir poco más de diez kilómetros) pretendimos descubrir qué teníamos que hacer. Poco pudimos adivinar porque ninguno de los pasajeros hablaba inglés. Eran parientes de Mengsry; sus tíos, hermanos y primos.

Mi compañero de sitio durante el viaje fue un estudiante de la escuela de audiovisuales de PSE, con quien hablé sobre sus motivos para elegir la escuela de cine y sus expectativas de futuro. Quería ayudar al resurgir del cine camboyano, masacrado durante la época de los Khemeres Rojos. Pretende, al graduarse, crear su propia empresa de producción desde la que ofrecer diversos servicios, entre ellos el de reportajes de boda. A eso precisamente se disponía, ya que PSE ponía a los estudiantes de la escuela de audiovisuales a disposición de los novios.

Como por inercia, llegamos a casa de Vichhika. Con una mezcla de incredulidad y sorpresa nos dimos cuenta de que la mujer que nos saludaba, efectivamente, era ella. Ingentes cantidades de maquillaje blanqueaban su piel haciéndola prácticamente irreconocible. El peinado, tan distinto al que nos acostumbra, una sencilla coleta, no ayudaba a reconocerla. Y su vestido, el de la princesa naga, nada tenía que ver con su atuendo diario de andar por casa. Habíamos llegado con tiempo, nos dijo. No hacía falta que nos cambiásemos para vestir un atuendo camboyano; únicamente teníamos que ponernos nuestra ropa y esperar durante una hora aproximadamente a que llegasen los monjes y comenzasen sus cantos budistas.

Aprovechamos el tiempo de espera para conocer a su familia. Conocimos a sus padres, de los que es la viva imagen, y a sus abuelas, la mayor de noventa y siete años. Descubrimos también los rincones de su casa. Como muchas madres, la de Vichhika tiene una especie de altar con recuerdos de su hija. Desde fotos de pequeña o su título universitario a la entrega del diploma por el mismísimo Hun Sen. Fue divertido verlo.

Vichhika recibiéndonos en su casa y pequeño altar con sus fotografías

Mientras tanto, Mengsry se vestía. Estaba tranquilo. Durante este mes frenético para ellos, siempre lo ha estado. No había traído calcetines, así que le dejé los míos. Unos calcetines negros de Primark con los nombres de la semana en la planta. Ponía "Monday" y no "Friday". Aún nos sobró tiempo para refrescarnos antes de que empezase la ceremonia. Hacía calor, pero la sombra de un árbol en el jardín lo hacía más llevadero.

 Mengsry con sus calcetines improvisados y los dos tomando un refresco

De repente, llegaron los monjes. El naranja de sus atuendos contrastaba con el blanco y rojo de los novios, que en la espera se habían hecho la primera fotografía juntos. De manera un tanto aturrullada, comenzó la ceremonia en el salón de la casa, que estaba decorado para la ocasión. Unas alfombras rojas cubrían el suelo y un altar con incienso y otras ofrendas presidía la sala. En la pared del altar, una referencia a la fecha de la boda, 30-11-2013 (el día siguiente), y un texto en camboyano escrito en poliestireno, indescifrable para nosotros. El salón era pequeño y no cabía toda la familia que se había reunido. No pasaba nada. Más tarde nos daríamos cuenta de la libertad con que la familia y los amigos deciden incorporarse o salir de los ritos durante las bodas camboyanas.

En el salón quedamos únicamente los novios, los padres de Vichhika, los tíos de Mengsry, yo mismo y, obviamente los monjes. En una sala adyacente, las abuelas de Vichhika y otras tres o cuatro mujeres. Sin apenas mediar palabra, comenzaron a recitar unos cantos que se prolongaron durante una media hora. Mengsry nos confesaría más tarde que no se había enterado de nada, ya que los rezos se hacían en pali, una lengua proveniente del sánscrito. En la liturgia, eso sí, parecían bendecirlos o purificarlos con agua, un gesto extendido en otras tradiciones, entre ellas la nuestra. Tras finalizar sus oraciones, la familia les entregó un sobre con dinero como agradecimiento y los despidió.

Finalizaba así la primera ceremonia de la boda y comenzaba el primer banquete del fin de semana. Lo hacía en la calle de la casa de Vichhika. Tocaba comer fuerte para coger fuerzas para lo que se avecinaba el día siguiente. Debíamos despertarnos a las cuatro de la mañana.

Un momento de la ceremonia

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