martes, 10 de septiembre de 2013

Desarrollo y depravación en Bangkok

Bangkok son varios mundos en uno. El primero y el tercero. El moderno y el tradicional. También el del turismo tradicional y el del turismo sexual. Es, en definitiva, la ciudad del desarrollo y la depravación. Ésta ha sido la principal conclusión que he extraído del viaje que he hecho con mi hermano.

Llegamos a la capital de Tailandia nada más caer la tarde. Aterrizamos en hora en Don Muang, el antiguo aeropuerto de la ciudad, tras haber temido perder el vuelo. Una tormenta a mediodía había dejado inundadas las calles de Phnom Penh. El agua superaba la altura de las ruedas del tuk tuk en algunos tramos del camino. En contraste nada más aterrizar era inmenso: carreteras amplias y bien asfaltadas, transporte público, autobuses, metros, rascacielos, gigantescas pantallas de publicidad...

Sin saber todavía muy bien dónde estábamos, desde el aeropuerto llegamos con facilidad al centro de la ciudad. Fue en el primer paseo que dimos por Bangkok cuando descubrimos varios de los mundos que encierra. Conforme avanzábamos por unos mercadillos callejeros en las mismas puertas de enormes centros comerciales, nos dimos cuenta de que la gente que nos rodeaba dejaba de ser local. Los tailandeses se convertían en occidentales; blancos y mayores. Las voces que desde los puestos de comida nos ofrecían pad thai ahora gritaban "Ping pong show!". Mi hermano y yo nos mirábamos sin dar crédito a lo que escuchábamos y nos limitamos a aceptar el pad thai. Cansados del viaje, volvimos al hotel. El día siguiente conoceríamos, esperábamos, el verdadero Bangkok.

Por la mañana, las mismas calles que habíamos conocido durante la noche tenían otra apariencia. No parecían ser lo que habían sido apenas unas horas antes. La luz y la actividad hacían de Bangkok simplemente una bulliciosa ciudad moderna. Tocaba conocer el Gran Palacio, visitar pagodas y templos y pasear por las áreas comerciales. Y eso fue precisamente lo que hicimos. Mucho más preparada para el turismo que Phnom Penh, trasladarse desde un sitio a otro era fácil. En metro, en la versión tailandesa del tuk tuk, incluso en barca.

Fue en barcaza como remontamos el Chao Phraya. Y fue en ella donde conocimos a un misterioso personaje que se convirtió en nuestro compañero de viaje durante el día. Un indio afincado en Singapur que nos siguió en las visitas que teníamos planificadas: el Gran Palacio, el buda tumbado de Wat Pho, el Templo de Mármol y algunas de las calles comerciales. Todo en Bangkok, al menos lo turístico, está bien conservado y adaptado para las visitas. Nos sorprendió especialmente la grandiosidad del buda tumbado. Era inmenso y la gente lo veneraba con absoluta devoción.

Estatuas del Gran Palacio

Buda tumbado en Wat Pho

Mucho habíamos caminado durante el día y de nuevo caía la noche. Bangkok se convertía una vez más en aquella ciudad distópica, en aquel Los Ángeles de Blade Runner. Caía la noche y lo moderno se mezclaba con lo lúgubre y lo atractivo con lo depravado. Nosotros lo observábamos todo de vuelta a nuestro barrio.

Durante el día siguiente nos perdimos por el mercado de Chatuchak, probablemente el mercado al aire libre más grande del mundo. Nos perdimos, literalmente, entre sus miles de callejuelas. Simplemente pasearse por él, rodearlo, llevaba casi toda la mañana. Nosotros nos detuvimos en varias ocasiones para comprobar imitaciones, productos raros y probar varios platos típicos. Ya entrada la tarde, volvimos a nuestro barrio, donde quedamos a cenar con Cristina, una voluntaria del Summer Camp que antes de volver a España estaba visitando la ciudad tras un pequeño viaje por Tailandia. Sus sensaciones eran esencialmente las mismas que las nuestras.

Una noche más de vuelta al hotel y las mismas sorpresas de las anteriores. Resultaban ya algo cotidiano. A la mañana siguiente nos quedaba sólo una jornada. Media más bien. Un cuarto. Teníamos que elegir una visita entre varias opciones. Y elegimos subir al rascacielos más alto de Tailandia. Fue una excursión interesante. Todo lo que el edificio tenía de moderno por fuera lo tenía de desactualizado por dentro. Poco o nada había cambiado su decoración y su estilo desde su inauguración. Y sin embargo resultaba interesante. La ambientación galáctica de 1997 resultaba un tanto kitsch en 2013. Quizás el rascacielos sea una buena metáfora de lo que me ha parecido Bangkok. Una apariencia de modernidad que se confunde con muchos otros mundos cuando la visitas.

Contraste entre los rascacielos y las chabolas de Bangkok 

Tuk tuk tailandés

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