sábado, 20 de julio de 2013

Tuol Sleng. La prisión S-21

"A genocide begins with the killing of one man, not for what he has done, but because of who he is"
Kofi Annan - Nobel Peace Prize Lecture 2001

Hace menos de cuarenta años en Camboya hubo un genocidio y esos hombres y mujeres a quienes se mataba por lo que eran y no por lo que hacían eran abogados, médicos y profesores. Eran gente culta, preparada, formada. Gente con opinión propia. Gente a quien no se podía engañar. Gente que sabía quiénes eran y qué pretendían los khmeres rojos.

Los khmeres rojos llegaron al poder en el año 1975 tras el derrocamiento del General Lon Nol, quien dirigía una dictadura militar desde el año 1970. Comandados por Pol Pot, trajeron la "Camboya Democrática", un régimen totalitario de inspiración maoísta que preconizaba un sistema económico esencialmente agrario. En su afán por "regenerar la sociedad" empezaron su "Año Cero". Destruyeron todo atisbo de civilización y cultura urbanas, forzaron la emigración al campo de buena parte de la población y la sometieron a un régimen de trabajos forzados.

En su modelo de regeneración estaban contemplados los métodos de exterminio del "enemigo interno", entendido como todo aquel que no apoyara al régimen. Eliminar a familiares, amigos y vecinos que no creyeran en la causa era una obligación. Había que partir de cero. Había que volver a los orígenes. Había que olvidar todo lo aprendido. Así, las escuelas dejaron de enseñar y se convirtieron en cárceles, en centros de detención. El más famoso fue Tuol Sleng, la prisión S-21* diseñada y dirigida sin piedad y con mano de hierro por el implacable Duch.

Junto con los killing fields, la prisión S-21 es el lugar más significativo para el recuerdo del genocidio de los khmeres rojos. Durante los meses que llevo viviendo en Phnom Penh había estado evitando la visita a la cárcel, pero sabía que en algún momento la tenía que hacer. Todo lo que había leído y todo lo que me habían contado se redujo a una simple anécdota ante los paseos por las celdas, la contemplación de los instrumentos de tortura o la revisión, una a una, de las fotos de cientos de víctimas.

Cuartos de interrogatorio con sus instrumentos de tortura. Salas de detención masiva en las antiguas clases del colegio. Celdas de menos de tres metros cuadrados para los prisioneros especiales. Grilletes, pinchos, alambres de espino. Cubos que se llenaban de aguas fecales para sumergir a los interrogados. Mesas donde se aplicaban descargas eléctricas para conseguir confesiones. Fotos y más fotos de los torturados y sus torturadores. A cada paso un detalle nuevo. Y con cada detalle un nuevo motivo de espanto.

Abogados, médicos y profesores fueron las primeras víctimas del centro acusadas de ser espías colaboracionistas con gobiernos extranjeros. Más tarde, la locura totalitaria de Pol Pot hizo extensivo el genocidio a cualquiera que pusiera en duda al régimen. Con pruebas o sin ellas. Al final, se exterminaba simplemente a quien "sobraba". A quien no se podía alimentar, a quien no podía trabajar o simplemente a quien por llevar gafas demostraba que sabía leer. En total, más de un millón y medio de personas murieron durante el régimen. Un millón y medio de una población que apenas superaba los ocho. En la prisión S-21 sólo sobrevivieron siete de sus miles de prisioneros. Hoy, uno de ellos pasa el día en el patio de la cárcel contando su experiencia a los turistas e intentando vender su libro.

Todo esto sucedió hace treinta y siente años. Hace sólo treinta y siete años esas celdas estaban pobladas por los "enemigos de Camboya". Yo nací sólo seis años después. ¿Cómo podía existir algo así hace tan poco tiempo? ¿Cómo pudo estar tanta gente tan loca?

En mi visita a la S-21 conocí muchas cosas nuevas - quizás muchas que preferiría no hacer sabido nunca - pero encontré pocas explicaciones. Tal vez haya ciertas cosas que me sorprendían de Camboya que han dejado de hacerlo tras la visita. La actitud de muchos camboyanos, su falta de empatía, su falta de iniciativa. Su incapacidad de pensar en nadie más que ellos mismos y las personas de su entorno más inmediato. Su manera de vivir "al día", sin pensar en el mañana. Porque al fin y al cabo, ¿quién sabe si mañana volverá a pasar lo que sucedió hace tan poco tiempo? Incluso su lenguaje. Un lenguaje en el que no existen pasado ni futuro. Cuando en el subconsciente colectivo está viva una experiencia tan traumática, ciertas cosas se entienden. Y ante ellas, para ayudar a superarlas, sólo caben tres cosas: memoria, dignidad y justicia.


Páginas de interés:
*S-21: "S" de Santebal (seguridad especial en khmer) y 21, correspondiente al distrito de Phnom Penh donde se ubicaba.

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