Con Soken he dado varias clases. Desde la básica y elemental de aprender a arrancar la moto y circular lento, muy lento, a comenzar a salir por las calles pequeñas de alrededor de la escuela. Pequeñas, pero no por ello poco transitadas. La primera norma de circulación es que no hay normas. Ninguna. Hay que desaprender. Desaprender los ceda el paso, las líneas continuas, los semáforos, hasta las luces. La norma es ir muy lento y no parar nunca. Los cruces son un espectáculo. Si ves que no puedes cruzar el carril para coger el tuyo, directamente circulas en sentido contrario hasta poder hacer el cambio. Es un caos, pero un caos ordenado. Es un baile lento en el que (casi) nunca pasa nada. Bicicletas, motos, motodops, tuk tuks, todoterrenos, camiones, del más pequeño al más grande, todos circulan aparentemente sin preocuparse por los demás y sin embargo respetando un cierto orden aleatorio e invisible.
En ese orden aleatorio son las motos las que predominan, las que más me llaman la atención y las que se convierten en el motivo de esta entrada. Son un mundo aparte. Aquí las motos sirven para muchas cosas. En muy pocas ocasiones son el medio de transporte de una sola persona. Llevan a familias enteras. El padre, la madre, varios niños, ¡bebés! Todos a la vez. Los hay que van con casco, cada vez más según dicen, pero la mayoría circula sin él. Cuando se utilizan como medio de transporte de mercancías, las motos me recuerdan a las hormigas, capaces de cargar hasta veinte veces su propio peso. Transportan cajas de cerveza, verduras, huevos que no se rompen, bolsas, sacos, cristales para ventanas. A veces son también tiendas móviles. Venden bebidas, otras están adaptadas para cocinar o simplemente son un escaparate para cualquier tipo de producto. Me he propuesto hacer un álbum con fotos de motos y las cosas que llevan. Publicaré más pero por ahora éstas son las primeras:
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