sábado, 28 de junio de 2014

Apéndice: cierre y relevo

A veces uno tiene la sensación de que la vida es cíclica. De que, en un momento dado, todo retorna al punto de inicio y, desde allí, vuelve a empezar. Pues bien, esa es la sensación que he tenido estos días al volver a París.

Más de un año y medio después, me encuentro en los lugares comunes del origen de mi colaboración con Pour un Sourire d'Enfant: la casa de Eric en la Île St. Louis, la Iglesia de Saint-Séverin, el número 10 de la Rue de Tournon, los restaurantes de Saint-Germain y los paseos sin rumbo fijo por la ciudad, a veces bordeando el Sena y otras remontando los Campos Elíseos o subiendo los 197 escalones que llevan a la Basílica del Sacré-Coeur.

La excusa formal de la visita a París era asistir a una reunión organizada por La Guilde (la entidad que facilitó mi misión en Camboya). Sin embargo, los motivos eran otros: reencontrarme con varios miembros del Consejo de Administración de PSE, también con algunos amigos (Alix y Shahan), y, sobre todo, conocer a la persona que continuará mi proyecto en Phnom Penh para darle el relevo.

El curso de cierre preparado por La Guilde, obligatorio para quienes nos acogimos a la modalidad de contrato de Volontariat de solidarité internationale (VSI), tenía por objeto facilitar la "vuelta a casa" de los voluntarios. Primero, a través de una suerte de "terapia de grupo" donde compartimos experiencias, vivencias y sensaciones en la vuelta a Europa y, después, con un ejercicio de reflexión profesional acerca de cómo reconducir la carrera una vez finalizada la misión. Sin duda, la sesión ha resultado mucho más interesante de lo que inicialmente había previsto. A los testimonios de otros voluntarios a quienes no conocía, se añadieron los de Véronique, Claire y Antoine, con quienes coincidí en la sesión de inicio de misión a finales de enero de 2013. Observar su evolución personal y profesional ha sido verdaderamente inspirador.

En todo caso, el curso era lo que pasaba entre las nueve de la mañana y las seis de la tarde; había más vida después. Tras la primera jornada, me reuní con Blandine y Ghislaine, dos de las administradoras de PSE con quienes más he estado en contacto durante el año. Cenamos juntos en un restaurante en Saint-Germain. Allí, Blandine, que visitará la ONG este verano, me interrogó sobre las últimas noticias de Camboya, mientras Ghislaine se interesaba por mis sensaciones a la vuelta y por cómo están Pablo y Carlota.

Más tarde, tras la cena, París estaba revolucionado. Me acosté sin saber por qué y, desvelado por el incesante ruido bien entrada la madrugada, descubrí que era por la clasificación de Algeria a los octavos de final del Mundial. La ciudad se hallaba en un verdadero estado de júbilo y era realmente difícil conciliar el sueño. El escaso descanso no me impidió, sin embargo, disfrutar del día siguiente ni de su momento más importante, el del relevo.

Tras finalizar la jornada del viernes en La Guilde, había quedado con Thomas Valleteau en su oficina cerca del Arco del Triunfo. Fue un momento importante. Él será la persona que continuará mi labor en PSE y era la primera vez que coincidíamos en persona. El encuentro fue muy cordial. Al fin y al cabo habíamos intercambiado ya bastantes correos y era como si nos conociéramos. Me alegró ver en él una firme determinación por dedicar un año de su vida al sector del desarrollo. Lógicamente, también compartimos ciertas dudas o miedos que pude tener yo. Juntos hablamos sobre muchas cosas; personales, profesionales e incluso filosóficas. Juntos planificamos también una forma de trabajar hasta que se desplace finalmente a Camboya. Y juntos concluimos que la experiencia merecería la pena.

Fue tras la reunión cuando vino a mi mente la reflexión de que la vida, decididamente, es cíclica. Incluso esta entrada lo es. Simplemente, son las personas las que cambian. Ahora es Thomas, a quien he cedido el testigo, quien se encuentra en mi posición de noviembre de 2012. Por mi parte y de otra manera distinta, yo también vuelvo a empezar. Y creo que es bueno volver a hacerlo.

Las reflexiones comienzan en la medianoche de París

"El viaje de vuelta no es sino el viaje de ida hacia el punto de partida"

viernes, 9 de mayo de 2014

Chum Rep Lie Kampuchea! Okun Charan Kampuchea!

Desde la distancia del ajetreo camboyano e inmerso en otro muy distinto, el de Madrid, comienzo a escribir estas líneas que, a pesar del tono, no pretenden ser una despedida. De esas he tenido muchas estos días y todas las he considerado como un "hasta pronto". Del mismo modo, estas palabras sólo podrán ser un "punto y seguido" en mi aventura con Pour un Sourire d'Enfant.

Tal como hice en diciembre, durante el viaje de vuelta y los primeros días en Madrid he reflexionado mucho sobre mi experiencia en Camboya. Las preguntas que rondaban (y rondan) mi cabeza eran (y son) las mismas que por entonces: ¿Qué he aprendido? ¿Para qué me ha servido este año? Muchas de las respuestas son las mismas que ya escribí con el título de Cosas que he (des)aprendido en Camboya. Sin embargo hay una que no mencioné entonces y que, además de las anteriores, me parece importante: he recuperado la capacidad de sorprenderme.

La capacidad de sorprenderme... sí. Creo que la había perdido. Al menos, aquí todo me parecía igual; nada me parecía nuevo. Las cosas felices eran una consecución natural, algo esperado. Las tragedias, por muy grandes que fuesen, no dejaban de ser una noticia más del día. En Camboya he vuelto a aprender a disfrutar los pequeños placeres y mis maestros han sido dos: los niños, quienes no dejan de descubrir cosas nuevas y sorprenderse con ellas, y la gente que tiene poco y a quien cualquier conquista le parece grande. Creo que al sorprenderse, uno disfruta más. Supongo también que tiene sus riesgos, pero estoy dispuesto a correrlos. Quiero que aquí todo me siga sorprendiendo.

Mientras escribo sobre mis reflexiones, siento que debo hacer dos cosas más: compartir los buenos momentos que he disfrutado en Camboya y, sobre todo, agradecerlos a las personas que los han hecho posibles. Lo primero es fácil, afortunadamente ha habido muchos. Lo segundo, también; hay personas que siempre han estado ahí.

Aunque cualquier momento con los niños se transforma inmediatamente en un recuerdo especial, hay ciertas escenas que recordaré siempre, como las visitas de los niños a mi oficina, la alegría de Chariya al verme o los saludos de Maradí al ir a comer y, después, al volver para echarse la siesta. Pero son muchas más: cualquiera de las vacaciones que he disfrutado con ellos, el sentir que recordaban alguna pequeña frase que les había enseñado. También los hay más sencillos, como cuando Srey Mao me pedía que me sentara a su lado para ver una película o que, quien fuera, sin venir a cuento, me dijera "I love you" seguido de mi nombre malamente pronunciado.

Me pongo a recordar y recuerdo un partido de fútbol apoteósico en el campo de mecánica. En dos equipos formados por hordas de niños, Carlos y yo competimos contra Pablo y Titán. La lluvia hizo que, más que correr, tuviéramos que nadar. Y no importaba; eso era lo mejor. Al hablar de deportes, recuerdo cualquier partido de la liga de PSE y las arengas voluntariosas de nuestro capitán, o las mañanas en el gimnasio de casa. También las cenas en la terraza. Recuerdo cada viaje que he hecho y las pequeñas excursiones. Recuerdo la alegría al oír hablar español durante el Summer Camp, la energía que transmitían los voluntarios. Recuerdo los primeros días, cuando todo parecía nuevo y tan distinto. Recuerdo muchas cosas y podría recordar muchas más, pero sobre todo, recuerdo a las personas con las que las he compartido. He tenido suerte de conocer a mucha gente aquí. De todos me acordaré.

Irremediablemente, llega el momento de los agradecimientos. Como en cualquier recogida de premios, podría ser eterno. Intentaré ser breve y sólo mencionar a la gente "de fuera"; con el equipo camboyano hablé personalmente en Phnom Penh. Soy consciente de que en algún momento sonará la música y no podré mencionaros a todos. Por eso empiezo rápido, y lo hago con Mónica, quien me introdujo al mundo de PSE y me encontró acomodo en el proyecto. Sigo por todos los amigos que me animaron a iniciar la aventura y que me han acompañado durante este año, sobre todo Carlos, Pepín y Noelia, Borja, Clara y Tomás, María Luisa y Diana. Por supuesto, en los agradecimientos figura en grande mi familia, que me apoyó siempre; mis padres y mis primos desde aquí, y mi hermano Alberto, sorprendentemente, desde Camboya. La música comienza a sonar. Termino mis agradecimientos con dos familias: los Alonso-Caprile, que han sido amigos, mentores y compañeros y, por supuesto, mi particular familia camboyana, Pablo y Carlota. Les agradezco infinitamente su compañía y paciencia y, desde ahora, los considero hermanos.

Por último, cómo no, debería dar las gracias al país que me ha acogido durante este año. Desde Madrid me despido de Camboya y le agradezco todo lo que me ha dado. En cierto modo, creo que tras este año nunca estaré completamente en casa; una parte de mí siempre vivirá en Phnom Penh. Supongo que es el precio que hay que pagar por ser feliz en más de un sitio. Chum Rep Lie Kampuchea! Okun Charan Kampuchea! Nos volveremos a ver.

domingo, 4 de mayo de 2014

Las tres despedidas de PSE

En mi afán por alargar lo más posible mis últimos días en PSE, he intentado tener cuantas más despedidas mejor. Así, hasta que llegue la última, no podré decir que me voy del todo. Incluso cuando lo haga, siempre diré que volveré, por lo que tampoco será una despedida definitiva. El caso es no decir "adiós".

1. Blue Lander

El lunes, incluso antes de acabar formalmente mi colaboración con PSE, celebré la primera despedida. Fue con mis compañeros de equipo de Blue Lander. Desde que a principios de febrero logramos el tercer puesto en la PSE Staff League (PSL), no habíamos celebrado oficialmente nuestro particular bronce. Tener otra excusa que festejar me ayudó, además, a diluir mi primer "hasta la próxima".

Reunirnos en mi casa después de los partidos clave se había convertido en algo habitual; algo así como las reuniones del Real Madrid en el Txistu o el Asador Donostiarra tras una gran victoria. En nuestro caso, nunca hubo chuletones ni solomillo, tampoco vino, sino unos famélicos pero sabrosos pollos camboyanos y la omnipresente cerveza local Angkor. La noche del lunes no fue menos. Casi todo el equipo en pleno nos juntamos de nuevo en torno a la mesa para recordar los mejores momentos de la temporada.

Por supuesto, no faltaron las anécdotas de Sokhen, recordando el origen del nombre del equipo, ni sus chistes verdes, que por repetidos no dejan de ser graciosos. También se habló de la nueva temporada, donde, forzosamente, tendrá que haber una revolución similar a la del Barcelona. Necesitamos refuerzos en todas las líneas. Mi partida obliga a encontrar un relevo en la portería, nuestra defensa tendrá algunas bajas "por jubilación", por Pablo nunca faltan ofertas de otros equipos de la PSL y hay riesgo de que se vaya y, en fin, nuestra delantera es una incógnita. Aunque no faltó tiempo para la nostalgia, me gustó que habláramos de planes para el próximo año, como si todo siguiera igual.

Blue Lander, el equipo que hizo historia

2. Los compañeros

La segunda despedida fue con mis compañeros de PSE, la gente con la que más he trabajado. Fue el jueves cuando Setha, la asistente de Pich, el Director de Programas, había previsto un pequeño buffet en el Lotus Blanc, nuestro restaurante de aplicación. Tras finalizar la jornada de trabajo, nos encontramos en la nueva terraza. Conforme llegaban los invitados, todo parecía normal hasta que, misteriosamente, en una mesa se comenzaron a organizar actividades clandestinas. Yo hice como si no me enterara y seguí hablando con los que ya son más que compañeros, amigos.

En un momento dado, como suele pasar en estos casos, alguien, Sovan, pidió silencio y me pidieron que me acercara. Delante de mis ojos pusieron el reclamo de un pequeño regalo, el mismo que habían estado preparando minutos antes. Antes de conseguirlo, debía responder a una serie de preguntas. Por supuesto, el animador del pequeño espectáculo a mi costa fue Pich. Cada una de las personas que celebraba mi despedida tenía derecho a una pregunta. Yo debía responder, según me dijo, con "la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad". Las preguntas oscilaron entre a dónde me iba o si volvería, hasta qué es lo que más voy a echar de menos o qué pienso sobre las mujeres camboyanas.

Fue divertido y me debí merecer el regalo, porque finalmente me lo dieron. Era una camiseta firmada por todos y un pequeño collage con unas fotos de este año. A la entrega de regalos le siguió un particular photocall. Como parte de un pequeño rito camboyano, todo el mundo se quería hacer fotos conmigo. Tuve que mirar hacia muchos flashes. Mientras los compañeros se acercaban a retratarse conmigo, se repetía la frase que ya había escuchado los días anteriores: "Wish you good luck". En esta ocasión, se añadía, además una pequeña apostilla, "...and success".

Foto de familia en PSE

3. Los niños

Leakhena, la responsable del Departamento Social, encontró el momento ideal para celebrar la despedida con los niños; mi último sábado en Camboya. Llevaba tiempo preparando una fiesta con los pensionnaires y los jóvenes del internado y me invitó a participar. Afortunadamente, fue la menos despedida de todas. Pocos niños sabían que me voy. Mejor así.

La fiesta se pareció a una de esas reuniones de fin de curso que recuerdo que hacíamos de pequeños. Los niños debían preparar un espectáculo y representarlo frente al resto. Es verdad que había participado en actos así antes, pero no con tanta gente. Como siempre, los bailes tradicionales abrieron la escena. Me recordaron a los primeros que vi cuando llegué. Aún hoy, los movimientos de las manos de las pequeñas apsaras me siguen pareciendo mágicos. Tras ellos, y guiados por Pablo, un grupo de pequeños "gamberros" representaron una actuación que mezclaba la tradición camboyana con ritmos más propios de Mayumana. Fue muy divertido. A todos los que actuaban les correspondía un pequeño regalo, un cuaderno, y a mí me tocó entregárselo a este grupo. A continuación, a los shows culturales, les siguió el ya tradicional pase de modelos de los pequeños. Cada vez se sienten más afianzados en la "pasarela".

Actuación del grupo de Pablo

Una vez acabó el primer acto, tocaba cenar. El menú era especial: noodles y curry, pollo frito, ríos de Coca-Cola y helado de varios sabores. Entonces y ahora al recordarlo, me produce una alegría inmensa ver cómo disfrutan como si fuera el mejor de los manjares cosas que a nosotros nos parecen tan ordinarias. Eran felices y se notaba. Tras la cena, llegó el turno de los mayores. Las chicas con sus coreografías basadas en canciones coreanas y los chicos con su particular karaoke. Éstos consiguieron, sorprendentemente, aplacar la lluvia y conducirnos hacia el tercer y definitivo acto: el baile.

Bailando en círculos alrededor de la mesa, me daba cuenta de que estaba disfrutando como un niño. Sabía que era mi última fiesta con los pequeños, al menos en un tiempo. No sé cómo, pero de alguna manera, conseguía que los minutos pasaran más lentos. Mientras bailaba, miraba a mi alrededor y me alegraba de estar allí. Todo pasaba en cámara lenta. Recordaba muchos de los momentos vividos durante este año. Miraba nuevamente a mi alrededor y encontraba a los niños, a mis compañeros, a Pablo, a Carlota y a mi hermano. Miraba y, mientras lo hacía, pensaba que este año ha merecido la pena.

viernes, 2 de mayo de 2014

Wish you good luck

La noche anterior a mi último día en PSE, llovió. Estamos al final de la estación seca y todavía no es habitual que lo haga. A la mañana siguiente, cuando me despedía de Rithy, el nuevo responsable de Recursos Humanos, me dijo que eso era un buen augurio. Los espíritus enviaban el agua por algún motivo que no fui capaz de entender. Si yo quisiera creer en la cábala, en las coincidencias o en el destino, por otras razones también pensaría que el día 29 de abril había sido un día propicio.

Así, tras una noche de lluvia, llegó mi último día en PSE. Aunque sabía que en algún momento tenía que hacerlo, la sensación no dejaba de ser extraña. No parecía que fuera a ser un día normal, y no lo fue. Cuando llegué a mi oficina, encontré la silla decorada con unas flores y un collar hechos con papel. No sé a ciencia cierta si los niños lo habían preparado sabiendo que era mi último día o simplemente lo hicieron porque algunos de ellos tenían el día libre, pero el caso es que fue una manera especial de empezar la que sería mi última jornada.

Mesa decorada por los niños

En la agenda del día tenía dos puntos principales a cubrir: reunión de cierre y transferencia de la información generada en el proyecto. Había también un tercero, a priori el más fácil, pero era el que pensaba que más me iba a costar: quería despedirme personalmente de varios compañeros.

La reunión no fue una reunión más. A pesar de tratar puntos importantes del proyecto, no pude evitar pasar un largo rato agradeciendo a los directores cómo me habían acogido y su compromiso al trabajar conmigo. Comenzamos a ponernos melancólicos. Más tarde, para la parte de transferencia de la información generada en el proyecto, conté con unas ayudantes de excepción. Mientras, a su ritmo, los documentos se subían al sharepoint, ellas jugaban al Angry Birds.

Knowledge transfer en PSE

Por la tarde, inicié mi particular peregrinaje. Lo comencé en el Departamento Social, donde Socheat, incansablemente optimista, repitió sus dos grandes mantras: "la vie set belle" e "ici, aujourd'hui, maintenant". Los haré míos. A los asistentes sociales les siguió el Departamento de Finanzas; luego Recursos Humanos, IT, Administración. Me despedí también de la gente de FLIP, el Área de Proyectos. También de algunos profesores... La mayoría de ellos me despedían con la misma fórmula: "Wish you good luck". A todos les respondía diciéndoles que no era una despedida, que volvería al menos dos o tres veces antes de irme y que lo haría también más adelante. No sé cuándo, pero estoy seguro de que lo haré.

A pesar de que mi último día en PSE ya ha pasado, aún me quedan muchas despedidas por hacer. Deliberadamente, las estoy alargando, como si quisiera estirar mi paso por aquí. Salvo el peregrinar por PSE, apenas ha habido una despedida formal, de esas con discurso y repaso de los buenos momentos. Pronto hablaré de todas ellas, porque aún me quedan varias.

lunes, 28 de abril de 2014

Battambang, la Prefectura y SAUCE

Si alguna vez hice una lista de las cosas que quería hacer durante este año en Camboya, una de las imprescindibles era visitar Battambang y, una vez allí, su Prefectura y la labor que impulsa Kike Figaredo. Al fin y al cabo, SAUCE fue la primera ONG que conocí en Camboya, incluso antes que PSE. Ha tenido que pasar casi un año para hacer la visita, pero al final la he hecho y me ha encantado.

En un viaje precipitado por los pocos días que me quedan en Camboya, Pablo, Carlota, Alexandra y yo nos embarcamos en una escapada relámpago a Battambang. Lógicamente, Pablo y Carlota ya conocían la ciudad; sólo era nueva para Alexandra y para mí. Ellos la habían visitado en alguno de sus veranos en el país. Juntos tomamos el primer autobús hacia la capital del norte y, gracias a una carretera notablemente mejor a cualquier otra que haya pisado aquí, llegamos a nuestro destino a eso de las dos.

Al bajar del autobús nos esperaban los típicos conductores de tuk tuk, dispuestos a acercarnos a cualquier hotel a cambio de una comisión. Escogimos el Hotel Royal, donde se había hospedado mi hermano no hace mucho, y a un conductor con un sorprendente acento australiano. Él nos acercó al hotel, donde nos enseñaron varias habitaciones de diferentes precios. Nos quedamos con una por ocho dólares la noche que incluía aire acondicionado, todo un lujo.

Sin haber podido contactar con la gente de SAUCE por lo apresurado del viaje y tras haber encontrado casi por casualidad a Yurié, una antigua compañera de PSE que se acaba de mudar a Battambang, nuestro conductor de tuk tuk nos ofreció llevarnos a Phnom Sampeau, una de las visitas habituales en la ciudad. Antes de ir, el sofocante calor que hacía en Battambang hizo que nos viéramos obligados a refrescarnos con un smoothie de mango (los echaré de menos). Nos lo prepararon en el mismo hotel, donde nos trataron con mucha profesionalidad, como en el resto de sitios que visitamos.


Representación de Buda y sus discípulos en Phnom Sampeau

Nuestro conductor nos llevó a la montaña de Phnom Sampeau, donde pudimos visitar sus templos, revivir la sangrienta historia reciente de Camboya a través de las Killing Caves, donde fueron arrojados cientos de camboyanos durante la guerra y, finalmente, asistir al atardecer desde lo alto de la montaña, dominando un paisaje lleno de arrozales y palmeras. Si me quisiera poner nostálgico, poético quizás, el sol cayendo sobre el horizonte simbolizaba la cuenta atrás de mis días aquí y la visita, en sí, me recordaba lo mejor y lo peor de Camboya: la espiritualidad de sus templos y la barbarie del genocidio de los khmeres rojos.

Atardecer en Phnom Sampeau

Cayó el sol y con él misticismo. Sonó el móvil trayendo noticias sobre SAUCE. Nos recomendaban cenar en su restaurante, The Lonely Tree, ya que al día siguiente abría tarde. Por supuesto, también nos invitaban a visitarlos y compartir la actividad que tenían prevista para el domingo. Fuimos, efectivamente al restaurante y allí nos deleitamos con manjares que creíamos olvidados: gazpacho y croquetas. Cenamos muy bien. El restaurante es muy agradable y el personal encantador. Más tarde tomamos en una copa y nos recogimos pronto; serían las once. El día había sido agotador.

The Lonely Tree

El domingo, tras hacer el checkout del hotel, nos dirigimos al Café Eden, donde nos esperaba un opíparo desayuno. En el trayecto entre el hotel y el café, que se encontraba en la orilla del río, confirmamos la opinión que nos habíamos formado sobre Battambang la noche anterior. Aparentemente es una ciudad pequeña, tranquila, manejable. En apenas unos minutos recorrimos su casco antiguo, visitamos el mercado y descubrimos algunos de sus edificios coloniales. Desayunamos tranquilamente y a eso de las once nos dirigimos a la Prefectura. Allí nos esperaba Fechi, quién sería nuestro guía durante la mañana.

Fechi nos recibió junto a Carolina y ambos nos guiaron por el centro. Nos contaron el origen de su actividad en Camboya, las primeras misiones de Kike y sus principales programas. Entre las diversas líneas de actuación de SAUCE, que incluyen desde educación y sanidad hasta desarrollo de infraestructuras, la que más nos llamó la atención fue el trabajo con discapacitados. Battambang fue un área minada durante la guerra. A día de hoy, y a pesar de todo el impulso por desminar la zona, todavía se registran explosiones en una proporción de dos o tres por semana. Aunque las zonas peligrosas están generalmente identificadas, las lluvias arrastran las minas generándose numerosos accidentes. Además de la propia amputación de sus miembros, los afectados tienen que luchar con la exclusión social que en numerosas ocasiones supone para ellos su discapacidad. Son rechazados por ser un estorbo o por no poder aportar ingresos para la economía familiar.

En el ámbito directo de actuación del Prefectura se asiste a varias decenas de miles de personas. Llevaría mucho tiempo hablar de todos los programas que desarrollan. En todo caso, durante la visita, tuvimos la ocasión de conocer a varios trabajadores locales de varios programas y a personas a las que ayudan. También conocimos a Kike, quien brevemente nos habló de su experiencia en Camboya. Desde luego, ha sido capaz de crear un equipo de personas que destacan por su entrega y dedicación. Puede resultar una frase hecha, pero su ejemplo, su sacrificio y sus acciones valen más que mil palabras.

El tiempo corría rápidamente, como siempre que estás a gusto en un sitio. Tras la visita más protocolaria, nos acercamos al complejo donde viven los internos y los voluntarios. Allí, había un pequeño torneo de tenis con los niños. Conocimos a Ale, Lorenzo, Jimena e Irene, quien entrenaba a los pequeños. A pesar del calor, pasamos un buen rato. Nos supo a poco. Tras apenas una hora iniciamos nuestro camino de vuelta a Phnom Penh. Lo hicimos encantados de haber realizado la visita y agradecidos a nuestros cicerones. Esperamos poder enseñarles nuestro centro pronto.

viernes, 18 de abril de 2014

Summercamp de primavera: la vuelta a casa

Todas las vacaciones llegan a su fin y todas las buenas vacaciones parecen cortas. Las nuestras, efectivamente, lo han sido. Hoy hemos llegado de vuelta a Phnom Penh cansados por el viaje y nostálgicos por lo que dejamos atrás. El lunes toca vuelta a las clases y al trabajo, pero siempre recordaremos las vacaciones en Siem Reap.

Foto de grupo de niños y monitores

Atrás quedan los últimos días, la visita a Banteay Srey, el nuevo día en casa de Tola o, incluso, la fiesta de despedida de anoche. No faltó de nada; una buena barbacoa, DJ's en directo, desfile de modelos preparado por los niños y show de baile por los más mayores. La fiesta empezó bien, con una buena cena. En el menú, el arroz dejaba de ser el hilo conductor, para dar paso al pollo frito, las brochetas de embutidos e, incluso, a un postre que no era fruta; coco jelly.

Barbacoa previa a la fiesta

Como si de una fiesta de fin de curso se tratara, los niños tenían que preparar un espectáculo. A los más pequeños les gusta maquillarse y vestirse elegantes. La mejor excusa para hacerlo fue organizar un pase de modelos. Uno de los voluntarios, Liep, se encargó de prepararlos durante todo el día y el desfile quedó muy original. Siguiendo el ritmo de "Gentleman", de PSY, primero desfilaron las chicas y después los chicos, de más pequeños a más mayores; luego chicas y chicos en parejas y, finalmente, todos juntos.

 Modelos antes y después del desfile

Los mayores, más bien, las mayores, no quisieron ser menos y prepararon su particular show. Durante toda la semana, a última hora de la tarde se oía música en la zona donde estaban alojadas. Preparaban desde el principio su parte de la fiesta. Bailaron cuatro canciones, entre ellas, "Lovey Dovey", de T-ARA, un grupo de chicas surcoreano que parece ser la canción que más les gusta. A todos nos gustó el baile, sobre todo a las niñas más pequeñas, que miraban a las mayores con admiración. Mención aparte merecen los DJ's, que animaron no sólo el show, sino el resto de la noche.

Show de baile

PSE DJ's

Lejos quedan ya la fiesta y los últimos diez días. Parece mentira cómo el hecho de llegar de vuelta a casa haga tan lejanas unas vacaciones. Han sido unos días verdaderamente especiales. Para mí, quizás la última oportunidad este año de vivir plenamente PSE. Tal como me sucedió el año pasado en mi primer viaje con los niños, la labor de la ONG se aprecia plenamente cuando se comparte con las personas a las que ayuda: los niños. En el día a día aquí en Phnom Penh es más difícil verlo. El trabajo diario absorbe mucho tiempo; el mío, el del contable, el de recursos humanos, o, incluso el del profesor que apenas tiene tiempo de salir de la clase y conocer el entorno donde viven sus alumnos.

Estoy contento por haber hecho este viaje y por haberlo compartido nuevamente con Pablo y con mi hermano, que se nos unió en los últimos dos días tras su periplo por Camboya a lo "Diarios de motocicleta". Estoy contento por haber llegado a la misma conclusión que el año pasado, aquella que decía que "son las cosas sencillas las que hacen que todo merezca la pena". En la dinámica que vivimos, donde nada parece suficiente, los niños se convierten en nuestros grandes maestros. Ellos son capaces de disfrutar de lo sencillo: unos hielos cuando hace calor, la sensación del gas subiendo por la nariz con la primera Coca-Cola o el primer amor adolescente.

martes, 15 de abril de 2014

El templo de la montaña y el día en la pagoda en el Summercamp de primavera

Según dicen los voluntarios del Summercamp, el de agosto, el de verdad, éste siempre pasa muy rápido. La primera semana vuela, como la segunda; la tercera y la cuarta se esfuman y, de repente, llegan los últimos días y, con ellos, las despedidas. Como pequeño camp, este año las vacaciones de primavera de los niños de PSE apenas duran diez días y, en diez días, todo se concentra. Lo bueno es que aquí no habrá despedidas porque volveremos todos juntos a Phnom Penh.

El ecuador de nuestro pequeño camp trajo dos días interesantes y divertidos a la vez. Con ellos, dos historias; la del templo de la montaña y la del día en la pagoda. El mes de abril en Camboya es una especie de Navidad. Como en nuestra tradición, son frecuentes las visitas a los templos y los festejos varios. Nosotros no hemos sido menos.

El domingo por la mañana visitamos Phnom Krom, un templo en una montaña en los alrededores de Siem Reap. Las montañas en Camboya tienen un carácter mágico o sagrado. Seguro que hay algún argumento místico o trascendente para explicarlo, pero el motivo puede ser simplemente lo escasas que son, ya que el país es esencialmente plano. De cualquier manera, tampoco son montañas, sino pequeñas colinas aisladas. A pesar de ello, subir hasta la "cima" con el riguroso calor de la estación seca fue un esfuerzo titánico para algunos, sobre todo los más pequeños. La "escalada" tuvo su recompensa: arriba nos esperaba una garrafa de agua con hielo, uno de los pequeños placeres cotidianos de la vida en Camboya.

Escaleras de subida a la montaña y vista desde la "cima" 

En lo alto de la montaña encontramos un pequeño templo y una comunidad de monjes y familias que viven a su alrededor. Cuando llegamos, varias mujeres preparaban velas y otros elementos decorativos a base de hojas de palma para celebrar el año nuevo el día siguiente. Varias niñas de PSE se ofrecieron a ayudarlas. Yo me quedé con ellas. Las niñas respetaban a las mujeres mayores y seguían cuidadosamente sus indicaciones. Por un momento, alejados del ruido de la ciudad, encontré unos minutos de silencio.

Entrada al templo de Phnom Krom

  Mujeres preparando velas y otros elementos decorativos para el año nuevo camboyano ayudadas por niñas de PSE

Por supuesto, el descenso fue mucho más rápido y llevadero que la subida, por mucho que los gemelos se cansen. Volvimos a PSE, comimos rápido y tuvimos la que probablemente sea la siesta más tranquila del viaje. Pasamos la tarde jugando al fútbol y por la noche vimos una nueva película. El "público" quiso que fuera "Los Increíbles".

Ayer, lunes, era el primer día del año. A falta de saltos de esquí y Concierto de Año Nuevo, decidimos pasar el día en una pagoda. La pagoda la eligió Tola, un antiguo alumno de PSE de Siem Reap. Es del barrio de toda la vida y conoce a los monjes budistas que la gestionan. No estaba muy lejos del centro, apenas unos quince minutos en autobús, por lo que llegamos pronto. Los niños, nuevamente muy respetuosos, atendieron las indicaciones de los monjes, quienes les regalaron un refresco a cada uno antes del rito.

El "Duende" Tola, nuestro particular "benefactor" del día

Tras la ofrenda de los niños y los profesores y la bendición de los monjes, nos dirigimos al barrio donde vive Tola. Allí disfrutamos de una mañana llena de juegos tradicionales. Como si la plaza del pueblo se tratara, el pequeño patio enfrente de la casa de Tola acogía a numerosos vecinos y a sus "amigos" de PSE. Micrófono en mano, él mismo fue el encargado de animar todos los juegos. Los niños lo pasaron en grande y yo también. Entre los juegos a los que jugamos, se encontraban el de las sillas, la escalada de palmera, la persecución con el pañuelo, la cuerda y muchos más. Tras los juegos hubo baile. De verdad lo pasamos muy bien.

 Trepando la palmera, modos amateur y profesional




Juegos tradicionales khmeres y no tan khmeres 

Tras pasar la mañana entera jugando y bailando, volvimos a la pagoda para comer allí. Es tradición que las familias lleven comida al templo en los días de fiesta y que los monjes la ofrezcan a las personas más necesitadas. Nuevamente por mediación de Tola, esta vez fuimos nosotros quienes la recibimos. Y no sólo la comida, también pudimos dormir la siesta allí.


Comida y siesta en la pagoda

Con el cuerpo recuperado, continuó nuestro especial "primero de año". Volvimos al barrio de Tola y seguimos jugando, cantando y bailando también por la tarde. Ni que decir tiene que, tras volver a PSE alrededor de las seis de la tarde, a eso de las ocho tocamos diana para dormir. Los niños estaban agotados. Tras el día en la pagoda vivimos la noche más larga.